martes, 23 de enero de 2018

"LA SOLEDAD, ENFERMEDAD CRUEL", por Rhodéa Blasón


      Una de las enfermedades más graves y crueles que padece nuestra sociedad en la actualidad es la soledad. Es silenciosa, pérfida, nociva, sibilina, infame, ...y puede llevarnos en dirección a la muerte sin que el ser humano sea consciente. Vivimos en un mundo demasiado desprendido de los mayores, los enfermos, los niños (quienes también sufren los efectos del aislamiento y el abandono), o de las personas que tienen problemas de interrelación con sus semejantes. Se perdió el arte de la conversación con nuestros semejantes, la virtud de la solidaridad y empatía con las personas de nuestra familia o cercanas que viven solas, ...o directamente es más fácil enviar a los mayores a residencias en las que, aunque estén perfectamente bien de salud, serán considerados pacientes y seguirán órdenes que no los satisfacen emocionalmente; igual ocurrirá con los enfermos de quien la mayor parte de la gente se quiere separar sucediéndose el "efecto paloma" que dejará cerca de ellos a muy pocas personas; a los niños para que no pregunten, no hagan ruido, no se manchen (no concibo la felicidad de una criatura sin que realice estas tres actividades mínimo) es preferible dejarles juegos de móvil o de máquinas que en algunas ocasiones superan con gravedad los niveles de violencia permitidos para personas pequeñas que no tienen sus mentes todavía formadas, antes que una pistola de juguete como las de toda la vida que simplemente haga ruido y el chiquillo tenga que estimular su imaginación para jugar a indios y vaqueros con otros compañeros; y a quienes se sabe que viven en soledad es más fácil apartarse de ellos no vaya a ser que nos pidan demasiado o nos cuenten sus desvelos.

     Con diferencia y a pesar de que soy partidaria de todos los avances tecnológicos que existen no dejo de acordarme de los parloteos que veía durante mi niñez en mi casa, en dónde se hablaba de todo y se me explicaba todo aquello que no entendía. Se convivía y se compartía con los vecinos, se jugaba con nosotros, los niños, se pensaba en los enfermos y se ayudaba con ellos aunque no fuesen de la familia y las personas que vivían solas cerca de casa sabían que podían acudir a comer o a pasar la tarde. Unos jugaban a las cartas, otros reían, otros paliqueaban sin parar y otros hacían las actividades que les apetecían. Fueron tiempos hermosos y llenos de aprendizajes para mí. La verdad es que tuve que hacerme mujer mucho antes que otras personas de mi edad porque tenía enfermos de mi sangre y muy cercanos, pero eso me ha valido a lo largo de mi vida para ser más sensible con quien lo pasa mal.

     Antropológicamente la sociedad ha cambiado demasiado rápido en muy pocos años y quizá los seres humanos no hemos sabido adaptarnos a esa transformación tan dinámica. Por eso existe la soledad que en tantas situaciones acaba en depresiones o enfermedades mentales graves que no deberían existir, pero, por sí sola, la soledad (y más si va acompañada de tristeza) es una lacra social que avanza a pasos agigantados en la sociedad en la que vivimos y lo peor es que no queremos mirar a nuestro alrededor para verla, jugando al entretenimiento del avestruz que esconde la cabeza debajo de su ala y así cree que no la ven.



     

sábado, 20 de enero de 2018

"LA SABIDURÍA DE UNA MUJER", por Rhodéa Blasón

    Octavio era un hombre alegre, empresario de éxito y estaba casado con Sofía desde hacía más de veintiséis años. El consideraba que su matrimonio le había aportado, además de sus ocho hijos varones, estabilidad a su vida; su mujer era una señora en todos los aspectos, siempre dedicada a su familia a la que adoraba y a su esposo. Pero Sofía sabía desde antes de contraer matrimonio con su marido que era muy mujeriego, creyó que al casarse él cambiaría, pero ocho embarazos seguidos no consiguieron que él se adaptase a su mujer que le quería con toda su alma. Se acostumbró a llegar tarde por las noches y a acudir a muchas fiestas a las que los invitaban y a las que ella no podía ir porque no tenía con quien dejar a sus hijos. Al día siguiente percíbía el aroma a colonia femenina en su ropa e incluso las marcas de carmín y maquillaje en sus camisas: lloraba en silencio, le quería pero su corazón se endurecía con los años que le hacían ver su vida desde una perspectiva diferente. Sus hijos fueron creciendo y marchándose a estudiar fuera de la localidad en la que vivían.
     El primer año que pasarían los carnavales solos, su marido no la invitó a disfrazarse con él y salir a cenar y después al baile. Ella estaba acostumbrada a que no la llevase a ningún sitio porque así él era libre de liarse con otras mujeres y llegar a casa y no dar explicaciones. Pero Sofía, mujer inteligente, estaba decidida a acudir al baile de disfraces de este año con su marido o sin él. Esperó a que su hombre se marchase y se disfrazó con un traje de mariposa que había confeccionado con sus propias manos. De colores vistosísimos y tejido de punto se ajustaba perfectamente a su fino cuerpo. Cubría su cara con unos anteojos de tela y flecos que brillaban con la luz y recogió su melena en un moño bajo del que caían tejidos de diferentes colores que sujetos a sus manos cubiertas con guantes cuando abría los brazos semejaban las alas de tan precioso animal volador.
    Llegó al baile sola y buscó a su marido que iba disfrazado con la cara al aire. Estaba bailando con una mujer joven; se le desgarró el corazón ante aquella visión dolorosa. Se acercó a la pista de baile y cuando iba a comenzar a bailar sintió un brazo que la cogía por la espalda: era su marido. ¿La abría reconocido?
    -¿Quieres sentarte conmigo y tomar algo?, le dijo meloso
    Ella asintió con la cabeza. Dudaba sobre lo qué hacer. Pensaba que nadie la reconocería con su disfraz. Llegó él con dos copas de champán en sus manos. Ella mojó con ligereza sus labios, no estaba acostumbrada a beber y no quería que se le subiese a la cabeza. Oyó atónita decir a su esposo que no dejaba de sobarla con sus manos.
    -Tienes un cuerpo impresionante, una cintura estrecha que preceden unas caderas ideales. Tus brazos son finos y largos como tus piernas.
    Sofía emocionada estaba a punto de quitarse la máscara porque estaba convencida de que su esposo la había reconocido hasta que le escucha decir.
    -Ya quisiera mi mujer tener una figura como la tuya. Y las piernas, ¡estas sí que son piernas y no las de mi mujer!
     A punto de ahogarse con el enojo que sentía se quitó con rapidez el antifaz y le señaló a su marido con firmeza.
     -Todo este cuerpo mucho mejor que el de tu mujer es el de tu esposa, la mujer que te ha dado ocho hijos y que no quiere verte nunca más en casa porque le das asco.
     Gritó tal vez demasiado porque todo el mundo se silenció para escuchar sus palabras. No intentó oír las inútiles palabras de su mujeriego esposo le decía. Ella lo había intentado, pero ahora confiaba en que viviría feliz con sus propios medios y que sus hijos la apoyarían.


 
 

viernes, 19 de enero de 2018

¡BARRERAS ARQUITECTONICAS!, por Rhodéa Blasón



          Cuando uno tiene la necesidad de acudir a las instituciones administrativas para arreglar cualquier tipo de documentación se da cuenta de que en el sentido arquitectónico de estos lugares existen muchas carencias que se aprecian a simple vista por cualquier administrado. Pero es muy triste cuando la persona que va a solucionar sus obligaciones y está impedida físicamente en cualquier grado, pero ya no puedo imaginarme su impotencia si tiene que utilizar muletas o silla de ruedas.  Estoy hablando de personas que pagan sus impuestos cuando les corresponde como todo el mundo pero que no pueden acceder a ciertas oficinas públicas porque no pueden subir escaleras y no hay ascensores, por ejemplo. Pero la lista de casos y seres humanos que se ven afectados por estas barreras es inmensa y en este apartado, por favor, que nadie se olvide de las personas ciegas. Es de todos sabido que si tienen un perro guía el can puede entrar con ellos en cualquier lugar, pero no siempre se lo permiten, aún sabiendo que esos animales están educados a la perfección y adiestrados para ser una extensión de sus dueños.

        Este artículo viene a cuento, porque hace poco acudí por motivos familiares a una notaría y yo acudía en muletas. Había ascensor sí señores, pero para llegar al aparato tuve que subir un enorme escalón hasta el portal y luego veinticuatro escaleras que me rompieron todos y cada uno de los maltrechos huesos de mi espalda. Claro cuando llego a las oficinas tengo que sentarme porque no puedo más y me preguntan con amabilidad:

    -¿Pero no has cogido el ascensor?

       Yo sonreí impotente, porque quien puede andar no sabe lo que es no poder haberlo.

     Días más tarde debo acudir al registro de la propiedad. Ya de lejos veo que no está a raso del suelo, pero tiene una maravillosa barandilla que va desde el lado izquierdo del piso más bajo hacia el derecho, o viceversa. Depende desde dónde lo veamos. Tal vez como soy diestra me dirijo con mis muletas, teniendo que dejar el coche que conducía un familiar a casi un kilómetro de distancia porque no se podía acceder más cerca, hacia mi derecha y veo sólo escaleras, bastantes escaleras. Creí que del otro lado podría existir una rampa y hacia allí me encamino, pero me doy de bruces con más escaleras que tenía que subir. Era el último día que tenía para recoger la documentación pertinente y me decidí a ascender como pudiese. Unas escaleras demasiado altas, muy difíciles de superar, pero al fín y no sin esfuerzo lo consigo.

   La verdad es que el personal que allí encontré resultó muy amable. Me pusieron una silla, que no había, porque el lugar era reducido. Me ayudaron luego a bajar llevándome mi legajo de documentación. E insistiendo que que me acompañarían hasta el lugar en el que estuviese el coche.

    Les estoy agradecida en ambos casos por haberme tratado bien, ya sé que es su trabajo, pero hay que reconocer cuando se realiza de manera eficaz y con humanidad.

    Podría hablar de los altísimos bordillos de las aceras, o de las traicioneras bajantes que se han dejado en algunos puntos para que las sillas de ruedas puedan bajar. No es así. En esas pronunciadas bajadas una silla de ruedas pierde estabilidad y puede caer con la persona que lleva sentada, como el carrito de un bebé, o una persona que va en muletas. Yo suelo bajarlas de espaldas. Aprendí con los años que es mucho más seguro!

   Así podría poner un sinfín de ejemplos que sólo conocemos las personas que sufrimos y convivimos diariamente con las barreras arquitectónicas que tantas personas que afortunadamente no las necesitan no las ven. Esto es sólo un pequeño ejemplo de que la sociedad no piensa en los incapacitados físicos.





sábado, 6 de enero de 2018

La vida ..., por Rhodéa Blasón

    "Vivir es una lucha constante", le decía su madre siempre que podía. "Para nacer sufres, para existir tienes que superar obstáculos, y sacrificios para formarte. Pero estoy muy orgullosa de que hayas conseguido tu sueño de ser enfermera".

      Su progenitora le regalaba siempre un beso cuando le decía estas palabras y ella le respondía con su amplia y generosa sonrisa. Su madre y ella eran mujeres realistas y luchadoras, y desde que su padre se ahogase en el mar ejerciendo su oficio de marinero habían sabido salir adelante con todos los tropiezos que habían tenido que superar. Pero ahora, las dos juntas, vivían mejor de lo que habían soñado años atrás, en los que vivieron con muchas estrecheces y mucho esfuerzo laboral. La madre trabajaba en una tintorería en la que el jornal era justo y su hija había logrado superar las oposiciones para una plaza de enfermera titular en la planta de medicina interna del Hospital Regional. Había alcanzado su sueño de servir a los demás, y su madre y ella estaban llenas de orgullo por este importante logro.
   
     Por eso, en aquel momento, ninguna daba crédito a lo que ocurría en su hogar. La policía señalaba a la enfermera como la autora de los asesinatos de ochenta pacientes terminales ocurridos en la planta en la que ella trabajaba y de la que la habían nombrado supervisora dos semanas antes. Su madre imploraba de rodillas en el suelo a quienes le habían esposado, muentras agarraba con fuerza las piernas de su hija impidiéndole dar un paso. La situación era violenta para los agentes que atestiguaban tener pruebas de los hechos acontecidos y de los que se la acusaba.
     La joven miró a su madre y le dijo riéndose a carcajadas:
     -Era la única manera de ahorrarles sufrimientos y tener camas libres. Mamá, pronto morirás tú también, he estado echando matarratas en tus cereales, jajaja
     Su madre en el Hospital, después de que le hicieran un lavado de estómago con carbón vegetal para provocarle el vómito, lloraba y pensaba en qué era lo que había hecho mal en la crianza de su hija para que cometiese actos tan deleznables.